Academia de Platón. Mosaico romano, Pompeya, s. I a. C.
Estoy leyendo los
Diálogos de Platón con la intención de abordarlos con libertad de prejuicios y abierto a las nuevas configuraciones de pensamiento que puedan despertar en mí. También, con una especial mirada hacia las huellas de una enseñanza esotérica y una escucha atenta a las indicaciones de mi propia intuición que, en diálogo con seres tan ilustres como los que allí dialogan, sin duda ha de poder entrar en participación con profundidades desconocidas.
Federico González plantea una actitud muy próxima a cómo siento este acercarme a Platón:
"En las obras de Platón está perfectamente explicada la Cosmogonía
Tradicional y su pensamiento Filosófico y Esotérico está tan vivo hoy en
día como en el momento en que el Maestro escribió. Basta acercarnos a
sus ideas, para ir penetrando, cuando se lo lee con suma concentración y
sin prejuicios culturales y formales, en un mundo de imágenes y signos
que vamos recorriendo llevados de su mano."1
Los primeros diálogos, es decir los recogidos en el primer volumen de la edición de Gredos, ya los había leído hace años. Pero siempre las relecturas tienen una nueva luz. Ahora que releo la Apología de Sócrates, el Critón y los demás diálogos tempranos, me encuentro con un sabio que nada parece tener que ver con esa imagen del filósofo racional, ese paradigma del pensador que la lectura convencional de la filosofía nos ha transmitido. Ya entonces me impresionó el Sócrates de la Apología. Ahora, tengo la impresión, ante todo, de que el origen de todo cuanto Sócrates es y hace está en lo sagrado.
De acuerdo con su discurso en la Apología, todo su dialogar, su interpelar a los ciudadanos, nace de su perplejidad ante la afirmación del oráculo de Delfos acerca de él: "nadie es más sabio". ¿Cómo no va a ser nadie más sabio que yo? ¡Si yo sé bien que no soy sabio! Y se pone a indagar en busca de la sabiduría, haciéndose consciente de que nadie es sabio y ayudando a sus interlocutores a desenmarañar sus ideas engañosas sobre la realidad, a darse cuenta de cómo viven en mundos hechos de palabras. (En este punto, ciertamente no está muy alejado del Buda Sakyamuni, salvando todas las distancias.) Esa perplejidad, que pone en marcha una búsqueda, es tal vez lo que más me impacta de este primer Sócrates que nos muestra Platón, pues sugiere un origen enigmático que, por haber dado frutos tan excelentes, ha de tener gran importancia; sin embargo, tal origen queda envuelto en el silencio (al menos, claro, hasta donde yo conozco). Ese "nadie es más sabio" actuó en Sócrates, tal vez, como un koan.
¿Quién es un hombre así? No solo un pensador, no un filósofo en el sentido moderno, sino tal vez alguien profundamente tocado por lo sagrado. Quizá ese toque tenga que ver con el episodio del oráculo, tal vez proceda de su paso por los Misterios eleusinos. No sé si ando errado al suponer que ya el Sócrates de la vida, antes que el personaje platónico, tuviera una vinculación iniciática. En todo caso, alguien que afirma con total seguridad que su daimon personal le acompaña desde niño, guiándolo infaliblemente, alguien que vive con la profunda confianza, con el desapego, la transparencia, la sencillez y la integridad que transmite este Sócrates que muestra Platón es, tal vez, un hombre despierto a su realidad divina que, por las características y necesidades de la cultura que le rodea, manifiesta su experiencia de acuerdo con el nuevo modo de pensar y expresarse que se ha desarrollado en la Grecia de su época, el modo de la racionalidad y de la democracia. Pero siempre, detrás de lo racional en tanto que lenguaje y configuración del pensamiento, late medio oculta una dependencia de un ámbito superior, el ámbito de lo sagrado, "el dios", como a menudo él mismo dice. En estos primeros diálogos, creo estar viendo a un Sócrates que, más que a un pensador, se parece a un representante de la tradición, a un hombre en contacto con lo sagrado que en ningún momento hace otra cosa sino actuar de forma acorde a los principios fundamentales de su religión y, más aún, que los vive porque ha descubierto una dimensión que va más allá de su individualidad y de la mera colectividad del mundo humano.
Porque la búsqueda de Sócrates es la búsqueda de la Verdad. Y en su buscar, siempre en diálogo con los otros, parece estar jugando en el terreno de las palabras pero consciente, en otro nivel, del ámbito de los principios que, aparentemente ajeno al mundo móvil de las búsquedas, es origen siempre presente y fin ideal de toda dialéctica. "No hay nada agradable para mí si no es verdad" (Eutifrón, 14e): encontrar la verdad, o desentrañar los caminos sinuosos que el mundo de las palabras pone ante la vista de sus contemporáneos, tal vez sea su misión sagrada, más o menos consciente. Suya o de su daimon.
Nunca conoceremos al Sócrates histórico. Pero, ¿eso importa? Pienso que el Sócrates que conocemos, aquel con quien entramos en diálogo en la intimidad de la lectura de los Diálogos se ha convertido, en cierto modo, en un daimon, en un ser que hace de intermediario entre nosotros y lo sagrado. Se podría decir que, a través de las páginas de Platón, Sócrates cumple una función daimónica para nosotros, pues nos sugiere y nos revela otro mundo subyacente bajo el engañoso manto de las palabras. Entrar en diálogo con un ser de su calado es un viaje fascinante que, para mí, acaba de empezar. Iremos anotando otras impresiones personales a lo largo del camino.
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1 Federico González Frías, Diccionario de símbolos y temas misteriosos, entrada "Platón".