Dice Sócrates en el Gorgias:
"Porque nadie teme la muerte en sí misma, excepto el que es totalmente irracional y cobarde; lo que sí teme es cometer injusticia. En efecto, que el alma vaya al Hades cargada de multitud de delitos es el más grave de todos los males." (Platón, Gorgias, 522e)
Me pregunto en qué medida esto que dice Sócrates es aplicable a la actualidad. ¿Qué tememos más, la muerte o cometer injusticia? Entiendo que la injusticia de la que habla Sócrates tiene más qué ver con la adecuación a la ley divina inscrita en nuestros corazones que a morales o códigos meramente culturales. A primera vista me parece que, en general, la "normalidad" de hoy es temer la muerte más que ser injustos, lo que nos señala como irracionales y cobardes a la vista de un sabio de la Antigüedad. Y, sin embargo, nos creemos mejores que los hombres del pasado, confiados en nuestra fe en el progreso, en esa ilusión de superioridad que finalmente nos ha facultado para vivir, paradójicamente, como seres superficiales y tibios, sin compromiso con la vida y la muerte, a la deriva en un mar de relatividad y frivolidad, en una vida de apariencias, privada de sentido. En su época, Platón pudo decir que en general se temía más cometer injusticia que la muerte, que solo los más cobardes temían por encima de todo la muerte. ¡Qué gran contraste! ¿En qué nos hemos convertido, entonces? Da la impresión de que vivimos como personajes medio reales en una burbuja que hoy, por cierto, nos está mostrando su fragilidad.
Los sabios de la Antigüedad nos instan a preocuparnos más del alma que de la vida corporal, porque es evidente que esta se va a acabar antes o después, mientras que el alma continúa. Su destino, nuestro destino, es adentrarse en el misterio total, en la oscuridad más profunda. Para dar valor a tal destino, claro, tenemos que redescubrir el alma, eso que hemos negado, eso que la modernidad y la ciencia moderna desprecian como un asunto de niños y primitivos. Quien hoy cree en una vida del alma, lo hace de un modo muy inconsistente, como un sueño al que no se presta apenas atención, como un cuento que nos contaron de niños, que queda en segundo plano hasta que un día no nos quede otra que tomar en serio.
Pero, ¿y si en el fondo lo que decía Sócrates en el diálogo continúa siendo de alguna manera así, que casi todos tememos antes cometer injusticia que la muerte, pero de un modo inconsciente? No la muerte en sí misma nos daría miedo, sino las consecuencias de abandonar este mundo sin el alma limpia, con el alma "cargada de multitud de delitos". Pero de un modo oscuro, como en sueños. Nosotros no lo sabemos porque hemos cerrado nuestros oídos, por así decir, a nuestro daimon personal. El daimon lo sabe y nos conduce, a duras penas, en la medida en que se nos van cayendo las estructuras personales. Tal vez, como hemos negado el alma y aun la muerte, percibimos apenas esta conciencia interna de lo verdaderamente importante como envuelta en una niebla de ilusión, como una ficción, y por tanto creemos que no hay mayor mal que la muerte, cuando nuestro verdadero temor oculto es, en el fondo, por lo que viene después o, visto desde otro punto de vista, por lo que implica ahora en el plano de la realidad del alma. Al no aceptar la realidad de la imaginación, el alma y el otro mundo como realidades de nuestra vida (no literales como la literalidad corporal del mundo físico, pero no menos reales o tal vez incluso más reales), al tacharlas de mera fantasía, vivimos en una caverna oscura donde solo queda la satisfacción inmediata de nuestros pequeños o grandes deseos mortales. Ese es el mundo que esta cultura de fin de ciclo ha puesto ante nuestros ojos. Un mundo de ilusión extrema que acaso nos coloca ante dos posibilidades: o bien sumirnos aún más en la ilusión y el olvido de nuestra verdadera naturaleza, o bien despertar a la realidad del alma y el espíritu.
Hoy, en esta etapa histórica de amenazas globales, la vida nos confronta con su aspecto oscuro, la muerte, que habíamos aprendido a ignorar a fuerza de superficialidad e infantilización. Hemos sido moldeados por la cultura para vivir una vida superficial, infantil, sin base real. Reina la frivolidad y la ingeniosidad, la mentira, la vanidad, la banalidad. Está bien ser ligero y jugar, atreverse a decir tonterías en público, aceptar lo banal como parte de la vida, escapar de una seriedad y una rigidez heredadas del mundo solidificado de la modernidad, ¿por qué no? Pero me pregunto si es posible ser frívolos y jugar con esas máscaras, y a la vez estar a la altura de las palabras del divino Platón, que nos mira desde un pasado tan distinto, y tan próximo. La proximidad de la muerte, que es muy real pese a nuestra ilusión de inmortalidad, viene hoy a recordarnos lo importante, y a hacernos esta pregunta crucial. ¿Qué tememos más, la muerte o que el alma vaya al Hades cargada de multitud de delitos?
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