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sábado, 27 de junio de 2020

Metal en desequilibrio: una lectura simbólica de la pandemia


La pandemia actual y las circunstancias sociopolíticas que la acompañan admiten diversas lecturas en clave simbólica. Durante estos meses me ha llamado mucho la atención, en concreto, la similitud que se puede ver en ella con lo que, en términos de medicina tradicional china, se calificaría como un trastorno del elemento Metal.

Los elementos de la tradición china se entienden como fases de un proceso cíclico natural inherente a la vida: Madera, Fuego, Tierra, Metal y Agua. Se habla de dos tipos de relación entre estas fases o aspectos energéticos: control y generación. Este sistema, llamado Wuxing, es muy usado en un contexto terapéutico, como forma de aproximarse a los procesos internos del cuerpo y la psique; pero, teniendo en cuenta que originariamente es un sistema filosófico o esotérico que traduce a términos simbólicos las energías invisibles que forman la trama oculta de nuestra experiencia cíclica de la realidad, podemos apoyarnos en él para leer también acontecimientos y dinámicas que abarcan colectividades y ritmos históricos.
 
Metal (jīn)

El Metal es una fase más bien yin que yang; un movimiento descendente y hacia dentro, un declive que, si se aprovecha bien, favorece la interiorización y el retorno al Origen. Cuando el Metal no se vive bien, esa contracción desemboca en aislamiento, desconexión con los otros e incapacidad de soltar lo que sobra. Tiene que ver con los límites. Un Metal sano va acompañado de límites sanos, protectores pero permeables a la socialización. Y tiene que ver con la respiración y su ritmo, con el equilibro y la alternancia entre el tomar y el soltar.

Por un lado, obervamos que la pandemia lo es de una enfermedad que provoca principalmente dificultades respiratorias, lo cual coincide con los síntomas físicos de Metal: tos, asma, gripe, problemas de pulmón. Por otro lado, los contagios han provocado un estricto confinamiento, cierre de fronteras, autoprotección y distancia social. Todo ello habla de una exacerbación de los límites entre yo y el otro, que es también uno de los síntomas típicos, a nivel psíquico, de un trastorno de Metal. Hay que decir que esto no es nuevo ni exclusivo de este momento concreto, sino que es un aspecto característico de la forma de ser moderna en general. En efecto, ciertos maestros orientales han señalado que el Metal (o el viento en el caso del sistema tibetano) es el elemento más débil en los modernos. Podríamos añadir que, según ciertas fuentes del esoterismo occidental, el aire (que se considera equivalente al Metal o al viento) es el elemento más característico en el desarrollo de la cultura occidental. Señalaré a este respecto que el elemento aéreo se relaciona en el hombre ante todo con el pensamiento discursivo y racional, que es claramente el aspecto más desarrollado de nuestra cultura, hasta el punto de la hipertrofia. El desequilibrio que ello ha generado en el mundo es tan innegable como los adelantos técnicos que ha propiciado.

Políticamente, estamos en un momento de tensión entre la tendencia globalista por un lado (supresión de los límites) y por otro una reacción que busca recuperar las identidades, soberanías y límites entre naciones. Están surgiendo además otras circunstancias que llaman la atención también en este sentido; pienso en las protestas y en los disturbios con trasfondo racial, que también se pueden ver como síntomas de otro aspecto del gran tema de los límites y la relación con lo diferente. Sin entrar a valorar unas tendencias u otras, todo ello revela un conflicto que una vez más se puede ver, simbólicamente, como un síntoma de Metal en desequilibrio. Un síntoma que afecta no a un individuo o a un pueblo en concreto, sino a toda una civilización, a una cultura que, en este momento histórico, es ya prácticamente planetaria, global.

¿Cómo sanar este trastorno a nivel global? Tal vez habría que encontrar un nuevo equilibrio entre la inevitable globalización y el respeto a las diferencias, un nuevo modo de organización más orgánico y basado no en la homogeneización y la explotación, sino en el respeto y la cooperación. De cualquier modo, se podría decir que estamos viviendo, como sociedad y como civilización, una serie de síntomas de Metal que revelan una crisis profunda debido a un desequilibrio de base. Pues nunca un problema en un elemento concreto surge de la nada. En medicina china, el origen de este tipo de trastorno de Metal suele estar en el desarrollo insuficiente de otro elemento o fase: la Tierra, que, en el esquema de las cinco fases, está en relación de generación para con el Metal.

Antes de hablar un poco de la Tierra, obervemos que un Metal débil favorece el desequilibrio del Agua (que recibe la influencia generadora del Metal), cuya emoción característica, por cierto, es el miedo. Y probablemente nunca ha habido tanto miedo en el mundo como hoy. Y me refiero no tanto al miedo a una amenaza real directa como a ese miedo a un mundo hostil y al abismo del alma que hemos negado, un miedo que constituye el tono emocional dominante en nuestra sociedad, y que se manifiesta en la necesidad de control, en el estrés y en la locura del consumismo y la superficialidad. El miedo es, en palabras de algunos maestros budistas, "la expresión activa de la ignorancia", esa ignorancia fundamental de la realidad incondicionada que somos, esa ignorancia que, no por casualidad, ha encontrado su más completa manifestación, a nivel colectivo, en la cultura de la modernidad a través del materialismo, el racionalismo, el individualismo y el capitalismo; una cultura que, lejos de basarse en la docta ignorancia o ignorancia sabia de Sócrates y Nicolás de Cusa, se basa por el contrario en la simple ignorancia en tanto que ausencia y negación de la gnosis y valora ante todo el ego, la ilusión y el engaño.

Pero hay aún otra emoción que creo es también fundamental para entender nuestra cultura y sus desequilibrios: la tristeza, que es la emoción propia, sin ir más lejos, del Metal. Hay una tristeza profunda que es muy característica de nuestra cultura, una tristeza propia de la vida moderna que no solo aparece de forma patente en forma de depresión, sino que existe, como el miedo, a un nivel de sustrato, influyendo en nuestra vida de forma casi imperceptible pero segura. Esta tristeza tiene su origen en que, a pesar de tener tantas cosas para tratar de llenar nuestro vacío interior y acallar las quejas de nuestro espíritu y nuestra alma, nos falta lo importante: el Agua que sacia la sed, el conocimiento verdadero o la Gnosis, la alegría del Ser que nos nutre.

Tierra (tǔ)
 
El elemento o fase de la Tierra, que, como decíamos, podría ser vista como origen de todo este desequilibrio en el sistema chino, tiene que ver con la confianza, lo maternal, la nutrición, el soporte de unos cimientos vitales bien establecidos. El simbolismo es claro. Esta cultura no está bien enraizada sino que está desarraigada, puesto que ha ido destruyendo los principios y valores reales que, en circunstancias normales, son las raíces de una cultura sana. Carece de conexión con la tierra y de armonía con el entorno, lo que se manifiesta en ese desequilibrio entre el tomar y el soltar, tan típico de un Metal descentrado, y en fenómenos como la destrucción de los ecosistemas, la contaminación del planeta y la pérdida de la relación originaria de respeto y equilibrio con la naturaleza de la que formamos parte. Vivimos desarraigados del suelo que pisamos, del alma que nos nutre, de nuestros semejantes, y estamos cada vez más aislados en el mundo real, a pesar de que pensemos estar cada vez más conectados en el mundo ilusorio de la virtualidad, de Internet, de las omnipresentes pantallas, un mundo virtual que no es sino una proyección de la mente superficial, la mente egoica inmersa en la ilusión de la separación. La Tierra que nos falta no es solo, entonces, el aspecto terrenal de la vida y el mundo, sino también y ante todo lo concerniente al alma, al espíritu, al reconocimiento de lo daimónico, lo misterioso, lo sagrado en nosotros y en el mundo. En términos chinos, es principalmente el Cielo aquello de lo que estamos desarraigados. (Cambiando los términos simbólicos, podríamos añadir que, como es conocido en la tradición esotérica occidental, la realidad divina que nos nutre está tanto arriba, en el cielo, como abajo, en lo más profundo de la tierra. El Zeus infernal que vive oculto en el fuego central es de la misma naturaleza que el Zeus olímpico, y si nuestras raíces se adentran bien en la tierra, llegarán a alcanzar el Agua verdadera que nutre el alma, única capaz de restaurar el equilibrio y la salud en los seres caídos.)

El confinamiento ha sido un tiempo muy Metal, una suerte de otoño en medio de la primavera, que nos ha dado la oportunidad de soltar aquello que nos sobraba, recogernos en la intimidad y hacer cambios internos muy importantes, aclarando muchas de nuestras confusiones vitales y orientándonos hacia lo esencial. Tal vez sea un momento propicio para preguntarnos y plantear qué aspectos de Tierra nos faltan como cultura y hacia dónde nos lleva el camino que como humanidad hemos estado andando. No sabemos qué pasará, por dónde irán los cambios globales que se avecinan, si hacia un capitalismo más apuntalado, o hacia otro sistema diferente, que a su vez bien podría restaurar cierto equilibrio o bien suponer otra fase más en el mismo proceso de deshumanización y desarraigo. En todo caso, creo que la prioridad de la humanidad, en este momento histórico, debería ser recuperar las raíces y los vínculos con la tierra y el alma, con la vida y con lo sagrado. Solo eso, tal vez, nos pondrá en disposición de que nuestros desequilibrios sean sanados y nos sea devuelto nuestro verdadero lugar en el mundo, si es que ello es todavía posible. Mientras tanto, a cada uno en tanto que individuos no nos queda sino trabajar por realizar en nosotros esa restauración y esa obra, que en último término siempre es interna y propia, a pesar de que sus efectos, con seguridad y de acuerdo con la naturaleza del ámbito en que se generan, afectan necesariamente a la generalidad de la humanidad y al universo entero en su totalidad.

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